Hace tres cursos que soy jefe del Departamento de Actividades Complementarias y Extraescolares de mi instituto. Aunque sigo «en ERTE» debido al coronavirus, sobra decir que estoy absolutamente a favor de este tipo de actividades y que el niño, independientemente del curso al que pertenezca, no debería perderse la posibilidad de aprender todo lo que este tipo de vivencias ofrece.
Sirva este artículo para dar las gracias a todos los compañeros que, desinteresadamente, dejan sus vidas aparcadas para embarcarse en este tipo de aventuras y, de paso, contaros tres anécdotas a las que me he enfrentado por esta costumbre mía de levantar la mano cada vez que hace falta alguien para «sacar a los niños» a donde sea.
Anécdota 1: Pekín Express.
Cuando viajo con mis alumnos a Gibraltar, siempre propongo una gymkhana donde tienen que hacer preguntas a los lugareños, comprar un producto en equipo (una chocolatina, una postal, un imán…) que formará parte del premio final para el equipo ganador, y hacerse una foto en tres lugares importantes. Quedamos en la plaza principal para que lo entreguen todo mientras los maestros nos tomamos un té (si son las cinco) durante la hora que calculo que se tarda en terminar.
A los diez minutos, uno de los equipos ya estaba de vuelta, con todo contestado, una bolsa de crisps y sus fotos tomadas. Cuando les pregunté cómo lo habían hecho me contestaron:
– Maestro, ¡qué suerte hemos tenido! Le hemos preguntado a una mujer que se sabía todas las respuestas, nos ha regalado las patatas y encima nos ha llevado en su coche para hacer las fotos…
Anécdota 2: Ejemplo de civismo.
Una noche interminable, en un hotel de Benidorm donde coincidimos con un instituto de Galicia y otro de Cataluña, suena la megafonía para avisar de que «los alumnos de Galicia estaban dando problemas». Me visto porque presiento que me llamarán a mí también, pero no. A las dos horas, escucho: «¡Ding, dong, ding! Profesores de Cataluña, bajen a recepción, por favor». Vuelvo a vestirme, pero no nos llaman a los andaluces.
Por la mañana, están todos mis alumnos desayunando tranquilamente. Doy los buenos días y decido felicitarles por su buen comportamiento, a lo que una alumna suelta mientras me tira del pantalón:
-Maestro, no hagas más el ridículo. Los de los ruidos éramos «nozotros» (algo no debió de percibir el recepcionista aquí…) pero, para que no te llamaran a ti, dijimos que éramos gallegos y catalanes…
Anécdota 3: Por diez euros.
En una excursión a Tenerife, en un hotel con la piscina fuera de servicio esa semana, mis alumnos me convencen (espero no ir a la cárcel por confesar esto) para ir a la piscina de una casa que parecía abandonada. Al día siguiente, un señor orondo con un bigote larguísimo me estaba esperando en recepción porque «ciertas personas» (yo incluida, claro) se habían bañado en su piscina y habían roto la bomba de agua.
Llamé a mis alumnos y, tras confesar que lo que decía aquel señor era cierto, decidimos pagar la bomba entre todos. Cupimos a diez euros por cabeza. Nada más irse el señor del bigote, una camarilla de alumnos se acerca a mí y me dice:
-Maestro, que hemos pensado que esta noche nos podríamos ir a esa piscina otra vez. Total, la bomba ya está rota y por diez euros el fiestón que nos hemos pegado…
3 comments
Me encantan tus anécdotas pero la mejor es la segunda!
Tus alumnos son de lo más…no estás escribiendo (otro libro, como si no escribieras nunca) pero uno con ocurrencias, momentos y frases de alumnos? (Al igual que el típico de frases de los niños pequeños)
Yo me apunto al próximo viaje ….y a la próxima trastada de los alumnos😁me encanta la del hotel y la de la piscina pero alegrate ,al menos no se les ocurrió bañarse desnudos🙄😁😁
Diez años después, quedamos todos para cenar juntos en su pueblo (Zalamea la Real). Cuando me iba a volver a Sevilla, uno de ellos sacó unas llaves de su bolsillo y dijo: «Todavía no te puedes ir. Ahora nos vamos a una piscina…»