Hoy ha sido su último día de trabajo en nuestro instituto. Nunca antes había sido compañero de una trabajadora social y he de reconocer que su magnífica labor nos ha enriquecido a todos. Ella dice que no podría haberle hecho un regalo mejor que este relato. Por todo lo que hemos vivido juntos, yo siento que me he quedado corto. Buena suerte, querida amiga. Siempre te llevaré en mi corazón…
Para Leticia Sola y solo para ella: El baile de las mascarillas.
Esta historia es ficticia, aunque podría ser real. Su protagonista es real, aunque parezca ficticia…
Esa mañana había recibido varios mensajes en su teléfono.
“Leticia, ¿te pasa algo, hija? Necesito hablar contigo. Llámame, por favor. Un beso.”
“Hola, Leti. ¿Cómo estás? En el trabajo preguntan mucho por ti. La jefa está un poco nerviosa… Dale un toque, anda. Un besito.”
“Amor mío, soy yo. Parece que no te llegan mis whatsapps. Dime dónde comes hoy y te busco para almorzar juntos. Te quiero. Un besazo.”
Ella no se había atrevido a contarles nada. Todos conocían su grado de implicación en todo lo que hacía, pero esta vez se encontraba desbordada. Últimamente, se levantaba del colchón que seguía pagando a plazos y desayunaba café templado, más frío que caliente. Se lavaba los dientes mientras se daba los buenos días con un guiño frente al espejo. Entonces se duchaba con agua templada, más caliente que fría.
El ritual de vestirse era más complicado. Su madre solía decirle que siempre “iba echa un disfraz”. Maquillarse era más sencillo. Siempre se le había dado bien el manejo de la brocha y del pincel.
Las vecinas, tan madrugadoras como entrometidas, se quedaban mirándola mientras criticaban a su paso esa manera tan peculiar de combinar los colores. En su mano, aquel pez de peluche (su “pez-luche”, como ella lo llamaba) que siempre le daba ánimos para seguir nadando…
– Buenos días, Leticia. Siempre tan puntual.
– Buenos días, Reyes. ¿Cómo ha pasado Juan la noche?
– Mal.
– Pobrecito…
– Oye, la compasión y los llantos detrás de esa puerta, ¿eh?
– Hoy le traigo una sorpresa…
– Pues… no va a poder ser, “miarma”. Se han endurecido las medidas del protocolo COVID y no puedo dejarte pasar.
– ¿Lo dices en serio? Reyes…
– Son órdenes de arriba.
– ¿Puedo hablar con sus padres?
– Sus padres no pueden hacer nada. Llámalos si quieres.
– No quiero encender el teléfono. Lo he dejado todo por el niño…
– Mentalízate. Al niño no lo vas a poder salvar. Ni tú ni nadie.
Leticia salió desconsolada de aquel hospital y se sentó en la escalera de la entrada, justo al lado del cartel donde ponía que estaba prohibido sentarse en la escalera. Su FFP2 blanca parecía asfixiar más de lo habitual. Miró al cielo buscando una señal, una nube cuya forma le diera alguna pista. Su pez tampoco parecía estar por la labor de inspirarla esa mañana.
Una sombra se acercó a la ventana de la habitación de Juan. Una sombra inconfundible, en una ventana imposible de abrir. Leticia se levantó y comenzó a agitar sus brazos para llamar la atención del niño. Empezó a llamarlo, pero sus gritos se vieron interrumpidos por la sirena de una ambulancia que se acercaba a toda prisa.
Todo era en vano. Todos los ojos reparaban en ella menos los de él. Distintas mascarillas tapaban la mitad de las caras de estupefacción que el comportamiento de Leticia suscitaba. Se imaginó bocas abiertas de par en par ante tan delirante escena, labios apretados en señal de repulsa o desaprobación e, incluso, cómo una señora se mordía con sus dientes el labio inferior. Entonces tuvo una idea…
– Leticia, te he dicho que no pue…
– Reyes, ¿puedes conseguirme varias FFP2? Blancas.
– ¿Varias?
– Las que puedas.
Reyes consiguió reunir cinco mascarillas. Leticia cogió su estuche de pinturas, sus brochas y pinceles, y comenzó a dibujar sobre ellas lo primero que se le venía a la cabeza, mientras en dirección contraria se cruzaba todo lo que había escuchado solo un rato antes: “Sus padres no pueden hacer nada. No puedo dejarte pasar. Al niño no lo vas a poder salvar. Mal. Sus padres no pueden hacer nada. Mentalízate. Son órdenes de arriba…”
Mientras en algún lugar de su mente sonaba la banda sonora de su vida, habló con varios viandantes y con los operarios de la ambulancia, todavía allí aparcada. Todos accedieron a intercambiar sus mascarillas por las que había decorado Leticia, quien haciendo uso de la megafonía de la ambulancia declamó:
– Señoras y señores, bienvenidos al mayor espectáculo del mundo: ¡El baile de las mascarillas! Hoy dedicaremos nuestra actuación a nuestro amigo Juan, ese niño tan valiente que está asomado a esa ventana. ¿Están preparados? ¡Pasen y vean!
La primera mascarilla tiene dibujado un gran signo de interrogación. Esa duda que nos hace perder la oportunidad de decir las cosas que pensamos. Algún día, nos quitaremos la mascarilla del “¿qué pasaría?” y viviremos sin miedo a expresar todo lo que sentimos.
¿Qué ven mis ojos? ¡Una mascarilla con notas musicales! Son las notas que componen la canción favorita de Juan. Nuestra artista invitada la ha cantado y al salir las notas de su boca se han quedado pegadas en la mascarilla. ¡Ha sido divertidísimo!
¡Chsss! ¡Silencio! Llega una persona muy enfadada. Parece que en su mascarilla hay dibujada una boca muy triste. ¿Y si empezamos a ver el lado positivo de lo que nos ocurre? Así, poco a poco, nuestra boca triste se puede convertir… ¡tachán! ¡En una sonrisa!
¿Y esta mascarilla? ¡Parece que le han salido flores! Son margaritas, flor que simboliza la inocencia y la pureza. Todo aquello que no debemos perder para que todos los días sea un nuevo comienzo.
Y falto yo: Leticia, la payasa. La de la mascarilla llena de los besos que no podemos darnos, pero que algún día recuperaremos. Los besos de una madre que necesita hablar contigo. Los besitos de una amiga que te guarda un secreto y te aconseja lo que sabe que es mejor para ti. Y los besazos de un novio que te echa de menos y te buscaría en el último rincón del universo.
Todo esto es para ti, Juan. Gracias por hacernos ver lo insignificantes que son nuestras quejas y la inconsistencia de nuestras demandas. ¡Sé fuerte y sigue nadando! Nos vemos muy pronto, amigo…
No pudo verla, pero intuyó una sonrisa en la boca de Juan. Como él, ella había pasado parte de su adolescencia en una planta de oncología. Desde entonces, se prometió que mientras estuviera en su mano sería voluntaria en esa misma planta para que ningún niño sintiera que había perdido ni un solo día de su vida.
Leticia había aprendido lo que era estar Sola para no dejar así nunca a los demás.
4 comments
Maestro no sé ni cómo agradecerte todo lo que das, y mucho menos el mejor regalo que me podías hacer, como ya te he dicho. El auténtico regalo es haber trabajado al lado de grandes maestros que cambian poquito a poquito vidas. Te llevo conmigo siempre amigo!
Que historia más bonita 😘 sabes hacer magia con tus palabras
Me ha emocionado esta historia. Mucho. Que forma más bonita de expresar los sentimientos y de hacerte vivirlo como si estuvieses allí. Hay tantas personas haciendo cosas tan bonitas por los demás…. Gracias por compartirlo.
Esta historia que has escrito es preciosa y veo que Leticia así lo ha considerado, por lo que has escrito. Me encanta todo lo que haces y como lo dices. El premio de Jiajun Chen me pareció genial que se lo dieran, aunque el mejor premio que ha podido obtener, es tenerte a tí como «profe». Que suerte la de este chicoy la de tantos otros alumnos , compañeros, padres etc. Te quiero amigo.